miércoles, noviembre 21, 2007

Del pensamiento vivo de Carlos Lenkersdorf

Texto a dos voces leído en voz alta en el Homenaje a Carlos Lenkersdorf el jueves 26 de abril de 2006, y publicado recientemente en el número 5 de Pensares y quehaceres.



Para Francesca Gargallo, que en la Cátedra Samuel Ramos se atrevió a hacer una “confesión”.

I. Este pequeño texto quiere platicar sobre la práctica filosófica de Carlos Lenkersdorf, tal y como yo la he vivido. Sólo soy alumno suyo; soy un alumno, uno de muchos alumnos; uno de los muchos que nos juntamos para aprender, poco a poco, el tojolabal, y que fuimos descubriendo otras cosas mientras aprendíamos la lengua. Esto es lo que puedo ofrecer. No sólo se trata de hablar de la filosofía de Carlos, sino de la práctica filosófica que transmite en su silencio, su risa y su ironía; por eso, este pequeño texto está escrito para leerse en voz alta y con la participación de otro: como un intento de “poner en escena”, en la escritura, ese juego que va de la escucha a la respuesta.[1]

***

II. No escuchamos de la misma manera. Los tojolabales distinguen entre palabras habladas (k’umal) y escuchadas (’ab’al). Nosotros sólo decimos “palabra”, pero ellos tienen dos maneras de decirlo, dependiendo de si se habla o se escucha. Y la lengua de los tojolabales se llama, también “tojolabal”; y tojol sirve para denominar algo que está “bien hecho”. Por ejemplo, se puede hablar de una tortilla tojol cuando, en una comunidad, tu mamá está preparando la masa y luego la pone al fuego, y la tortilla, ante el fuego, se infla; y cuando uno se la lleva, calientita, a la boca, sabe que esa tortilla es tojol; no es tojol una tortilla de Maseca, comprada en la tortillería; y tampoco será tojol la misma tortilla cuando haya dejado de estar calientita.... Entonces Carlos cambia, casi imperceptiblemente, el ritmo de su entonación, dando a entender que está pensando en algo. Y continúa: tojol es algo que está bien hecho, que cumple su vocación de ser; ocurre en un tiempo y un lugar particulares: es un concepto histórico. Tojol’ab’al es alguien que cumple su vocación de ser, a través de la palabra; pero no la palabra que dice, sino la que escucha. El tojolabal es el buen escuchador. Y también aquí se trata de un concepto histórico: el tojolabal no nace, sino se hace. No tiene que ver con la procedencia étnica, sino con realizar una vocación: puede que en este momento escucho, y al siguiente ya dejé yo de escuchar... Ahí está la gente que nació en un poblado tojolabal y después, ¿qué pasó?... Anécdotas repetidas una y otra vez; a veces pensamos que las repite porque a Carlos se le olvida que ya las contó. Después nos damos cuenta de que con esas anécdotas, repetidas tantas veces, nos está contando algo que va más allá de ellas. Captamos el ritmo de la anécdota, su estructura vital, de la misma manera en que aprendemos el ritmo de la lengua cada viernes, cuando él nos hace cantar poemas recogidos por 25 años en las comunidades indígenas.[2] Aprendemos a respirar la anécdota, y después la contamos nosotros mismos a otras personas, casi sin darnos cuenta. Y nos damos cuenta que en esa respiración de la anécdota, aprendida, estamos intentando comunicar algo que le da sentido a la historia pero no está en ella como su mero contenido: soplar en las cenizas de la historia, para que en el soplo, ritmo vocal, se avive el fuego de la letra, como decía Jacques Derrida en el momento de hablar de la Torah.[3] Yo era, en aquel momento, un estudiante de literatura que había llegado a México poco después de la muerte repentina de su papá. Me daba cuenta de que ahora le tenía miedo a la ciudad, y los primeros meses salía lo menos posible de mi casa. Él era como el ciervo que aparece entre los árboles del parque, casi sin ser reconocido; y yo tenía miedo, y huía. En esos meses aprendí que muchas veces vivir es aprender a hacerse responsable por una herencia que no nos tocaba, una herencia que es más que nosotros y nos rebasa: el dolor de nuestros hermanos en México, el dolor de la gente que lucha por mantener su dignidad, la biblioteca -adolorida- de mi padre y los textos que sólo escribió para sus hijos y se quedaron allí; la pregunta por cómo hacer para que lo heredado nos ayude a construir un mundo distinto. Yo era un estudiante de literatura, y quedé fascinado al leer Filosofar en clave tojolabal. En ese momento, mis conocimientos, aún pequeños, de lingüística, adquirían un nuevo, fascinante sentido: abrían la puerta para acercarse a otro mundo. Las lenguas y su cosmovisión eran la puerta para el contacto respetuoso con los otros concretos que cotidianamente transformaban esa cosmovisión en cosmovivencia. Pero también me impresionaba la enorme actitud de humildad de Carlos. Él no se presentaba, de ningún modo, como el “autor” del sistema; él tampoco era un banquero que capitalizara su conocimiento del tojolabal para presentarse más “filósofo profesional” ante el resto ignorante, incapaz de acceder a lo que sólo él tenía. Su posición como sujeto del discurso filosófico era distinta: se trataba de ser una especie de “testigo” de algo que sucedía más allá, un testigo que escucha y quiere por ello transmitir; un traductor de una práctica social que se expresa en una lengua, pero también en un modo cotidiano de vivir, de organizar la comunidad y relacionarse con la tierra y con los otros. Algo que me gustaba mucho del texto eran los espacios en blanco entre una coma y otra, espacios que permitían que la voz de Filosofar en clave tojolabal callara y escuchara. También ese libro transmitía, desde ya, algo que estaba más allá de su contenido conceptual.

III. lu’um, lu’umal. Tierra, suelo, patria, colonia, comunidad, barro, arcilla, barro para tejas, problema agrario, terreno, suelo, lugar, Nuestra Madre Tierra. [La tierra, desde la perspectiva tojolabal, es Nuestra Madre Tierra, porque nos sostiene, nos da comida a nosotros y nos quiere. De la tierra, además, brota la vida que, a su vez, nos da la vida, nos alegra el corazón y nos llena de gratitud por las bondades recibidas. Con la tierra, Nuestra Madre Tierra, con los productos de la tierra y con los demás humanos, animales y toda la naturaleza, formamos, finalmente, una gran comunidad. Por todo lo dicho, la tierra no es simplemente un medio de producción, sino la mamá que nos sostiene y nos da la vida. Así es que nuestro trabajo con la tierra no se reduce al aspecto económico, sino que es trabajo para la vida. Por eso, al trabajar la tierra servimos a Nuestra Madre Tierra por la vida, y por este trabajo no se cobra. Es decir, no la trabajamos para que nos pague. Nuestra Madre Tierra no maneja dinero y no esperamos salario al trabajarla. Otra cosa es el trabajo en las fincas. Véase ‘a’tel.

La tierra tampoco es una mercancía que se puede comprar y vender. Puesto que la tierra es Nuestra Madre, si la vendemos la prostituimos. ¿Qué clase de hijos seríamos, si convirtiésemos a nuestra mamá en una prostituta? La relación con la tierra como Nuestra Madre contrasta con aquella que la considera y trata como mercancía. En el primer caso la relación se realiza dentro de la comunidad del nosotros cósmico [...]. En el segundo caso, somos nosotros, los humanos, [los] que disponemos sobre la tierra al comprar y venderla, al tratarla según nos parezca, al dominarla, abusar de ella y maltratarla. Este comportamiento se refleja en las relaciones sociales. Una minoría dispone y la mayoría está despojada de su capacidad de tomar decisiones. El cambio del artículo 27 de la Constitución, al permitir la compraventa de tierras ejidales, afectó profundamente la relación con la tierra. Ya no se respetó el hecho de que la tierra no es vendible].[4] La entrada del diccionario sigue extendiéndose; explica el problema político y luego redondea en que en él se muestra, palpablemente, la contradicción entre dos cosmovisiones; refiere a otras palabras que van, así, creando una red léxica que, en su conjunto, quiere dar razón de una manera de vivir. Yo era un estudiante de literatura, y poco a poco me fui dando cuenta que ese “resto”, que se transmitía a través del ritmo, la entonación, la narración de anécdotas, era el que permitía dar cuenta de ese “más allá” de la lingüística en el que se mueven, exiliados, los trabajos de Carlos. No se trata sólo de las discusiones sobre si el tojolabal es o no una lengua inacusativa, es decir, si se trata realmente de una lengua sujeto-objeto o si, como dice Carlos, es una lengua donde no hay objetos. Los argumentos lingüísticos están a la vista, y podrían ser enseñados fácilmente (el hecho de que se pueda decir winikon, así solito, con sentido en sí mismo, quiere decir que aquí hay ya, efectivamente una oración, marcada, por tanto, con un -on que cumple una función de sujeto, aun si se trata de un sujeto “raro” que no hace sino que experimenta, que no es dueño totalmente de la escena de discurso que abre, y se mueve en un lugar distinto que el de la transitividad en las lenguas indoeuropeas).[5] Pero no se trata sólo de los argumentos lingüísticos. En el fondo está la irritación por un modo de proceder con la lengua, que se resiste a cortar el lazo que une a la lengua con las personas que las hablan: una lengua de alguien que sirve, además, para relacionarse con otros álguienes; una actitud que se pone en riesgo a sí misma con tal de no reducir al otro de la lengua (y a los otros que portan la lengua) a una posición de objeto: la red textual, que es red vital, de un lado al otro del diccionario, es ella misma un gesto que quiere transmitir un modo de responsabilidad. En su último libro, Carlos lo explica, amablemente, al decir que hay diferentes modos de escucha: Hace algunos años, no me acuerdo de la fecha, hubo un congreso de mayistas que se celebró en Guatemala si no me equivoco. Fuera de los especialistas en lenguas mayas, asistieron también varios hermanos mayas. Como ocurre en los congresos y publicaciones, los lingüistas suelen presentar ejemplos de las lenguas que quieren explicar en sus ponencias. En este caso, para esclarecer verbos transitivos usaron repetidas veces los verbos golpear, pegar. Los mayas presentes se sintieron molestos y lo dijeron con estas palabras, más o menos: “No somos golpeadores, tampoco solemos pegar a los otros de modo constante, como los ejemplos usados lo insinúan. Pedimos que no se siga usando el verbo pegar para las explicaciones que los ponentes presentan”. Los congresistas escucharon la queja y la respetaron [...]. Los mayas, hablantes de lenguas mayas, no escucharon el aspecto formal de los enunciados, escucharon más, es decir, lo que las palabras les dijeron [...]. El golpear/pegar no sólo son verbos transitivos cualquiera, sino que significa golpear/pegar a alguien y se refiere a los que están pegando a otros, son los sujetos golpeadores. Se quejaron, pues, no como ponentes, sino como hablantes de determinadas lenguas mayas. De ahí se entiende la protesta. El empleo de la palabra “ofensiva” por parte de los lingüistas lo entendieron como representativo de la lengua que hablaron [...]. Para los mayas las lenguas formaron y siguen formando parte integral de la realidad que viven. Si les quitamos esta relación las despojamos de aspectos vitales, lo que equivale a amputarlas.[6]

IV. Conforme se acerca el día del homenaje a Carlos yo me voy poniendo nervioso, porque no sé casi hablar, y todavía soy un niño. Entonces decido hacer una confesión. María Zambrano había soñado con la fantasía de una historia de la filosofía escrita, toda ella, en géneros literarios:[7] y la confesión era uno de esos “géneros menores” de la filosofía, que aparecía en momentos de crisis e intentaba, a través de una manera de expresarse (que era, ella misma, método), unir la vida con el pensamiento, darle razón y palabra a la vida y replantear, desde la vida, aquello que se piensa... Quizá momentos de crisis como la invasión a Irak, la defensa del gas en Bolivia, el conflicto entre poder y deber en Venezuela, la catástrofe ecológica en Brasil y, en México, un pueblo que tiembla desde 1994, que tiembla en Oaxaca, en Atenco y en Guerrero, como una cuerda tensada en las elecciones de 2006 y la lucha contra la imposición del fraude electoral, tiembla todo él con el temblor que ya presagia un alumbramiento; y todo ello, enhebrado en el temblor de esa nuestras propias historias, ésas que compartimos, a veces sin saberlo ni decirlo, cada vez que decimos una públicamente una palabra.



[1] Por ello, espero que me perdones, lector, que infrinja levemente alguna convención de la escritura académica normalizada: en este texto, mi propia voz va representada en cursivas; la voz de Carlos, en redondas, y no se marca como una cita.

[2] Hace un año, le platicaba esto a una amiga que se llama Margit Frenk. Ella me preguntaba cómo me sentía en la Maestría. Y yo, que me sentía bien, pero que mis mejores clases, sin duda, las tomaba fuera de mi plan de estudios. Ella me pidió que le contara de esas clases, y entonces le conté de la clase de Carlos. Lo único que pude decirle era que nos reíamos mucho, y de una forma especial.

[3] “Respiración”, “ritmo”, “silencio”, “intención” son, todos ellos, aspectos que se escapan a la división tajante entre significante (=imagen acústica) y significado (=imagen conceptual) propuesta por Ferdinand de Saussure, cuyo Curso de lingüística general está en la base de las modernas investigaciones sobre la lengua... Son, todos ellos, momentos donde el lenguaje va más allá de su valor instrumental, y se vuelve instrumento, no sólo de “comunicación”, sino sobre todo de “transmisión” (¿qué se transmite en el silencio de una cierta manera de escuchar?).

[4] C. Lenkersdorf, Diccionario tojolabal-español. Idioma mayense de chiapas, segunda edición aumentada y revisada, t. I, México, Nuestro Tiempo, 2002, s.v. lu’um (cf. pp. 476-478).

[5] El problema lingüístico de fondo ha sido señalado por el mismo Carlos en repetidas ocasiones, y fue planteado de manera análoga por Martin Bernal en el volumen tres de Black Athena, aparecido el año pasado: “sujeto” es una categoría gramatical pensada desde una lengua indoeuropea.

[6] C. Lenkersdorf, La semántica del tojolabal y su cosmovisión, México, UNAM; Instituto de Investigaciones Filológicas, 2006 (Colección de Bolsillo, 27), pp. 7-9.

[7] cf. M. Zambrano, La confesión: género literario, Madrid, Mondadori, 1988 [ed. orig. 1943].

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Anarquismo!!! tu crees que los tojolabales y en general muchas comunidades tengan principios que podrían ser clasificados como acratas a posteriori???'

Rafael Mondragón dijo...

Hola, Anónimo. Sí, muchas de las cosas que hoy se hacen en las comunidades tojolabales podrían ser calificadas como "anarquistas", por lo menos desde nuestros ojos. No se trataría de una clasificación a posteriori, pues de lo que se trata es de ver lo que está pasando ahora mismo con esas comunidades (y no sólo en las zapatistas); de eso trata el testimonio de Carlos Lenkersdorf, y de eso quería escribir aquí.

Pero no creo que los tojolabales estén pensando necesariamente en seguir ideologías ácratas: ellos tienen su propio rollo, que está pensado desde su propia lengua, y desde su propia experiencia de resistencia; viven cotidianamente una forma distinta de 'democracia', basada en la participación co-responsable de todos; tienen su propia noción de la propiedad, el poder y la justicia, y una manera particular de concebir el trabajo y la relación con la tierra. Más que meterlos en el cajón de sastre de los socialismos libertarios, quizá valdría la pena ponerse en diálogo con ellos, y ver si podemos aprender algo. Eso es lo que yo creo.

Por cierto, que la cercanía entre el pensamiento indígena y las ideologías anarquistas es algo que se vio desde muy atrás: Ángel Cappelletti había señalado de paso cómo el anarquismo había tenido buena acogida entre ciertas comunidades indígenas gracias a las afinidades electivas entre elementos de aquella ideología y prácticas más antiguas; y hoy muchos estudios contemporáneos sobre Flores Magón han confirmado hasta qué punto el anarquismo magonista tuvo un matiz particular gracias al sustrato indígena, que motivó 'malas lecturas' del anarquismo, enormemente creativas...