lunes, noviembre 26, 2007

José Martí y la guerra de reliquias

(Tumba de Martí en el Panteón de Santa Efigenia)

"José Martí es una termoeléctrica y una biblioteca enorme. Es la más alta orden gubernamental y una radio que ataca al gobierno que entrega esa orden. Es un aeropuerto y un montón de avenidas. Es el centro del parque en pueblos y ciudades. Es la dispersión de frases suyas que se repiten incesantemente. Es el dinero que circula con su efigie. Es el primer nombre propio que se menciona en la actual Constitución de la República Cubana: aparece cuando ya han pasado, en anteriores claúsulas, una masa anónima de aborígenes suicidas, de esclavos rebeldes, de criollos levantados en armas, de obreros, campesinos y estudiantes.

Como si se tratara de la traducción de títulos imperiales exóticos, ha sido llamado Nuestro Apóstol, Héroe Nacional, Pater Patriae, Nuestro Recetario Político, Padre Santo, Nuestro Botiquín de Moral Pública, Nuestra Biblia de Vida. Se ha afirmado que ninguna estatua que se levante conseguirá hacerle justicia. Rubén Darío llegó a consignar, luego de ciertos estimados constructivos, que para tal estatua “la isla entera sería todavía pequeño zócalo”.

José Martí cobra la importancia universal que él mismo exageró para Cuba al escribir: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”. Su figura cobra la intemporalidad que él prodigaba al advertir que todo el que se levantara por la causa cubana, se levantaba para todos los tiempos. Leo sus páginas y me viene a la memoria la noticia de que un poema suyo (no recuerdo cuál) y uno de sus manifiestos políticos (tampoco lo recuerdo) viajan por el espacio cósmico, de no haberse desintegrado todavía.

Allá los puso en órbita el primer (y único) cubano que ha visto el planeta desde afuera y que en la actualidad asiste, mudo en su uniforme de coronel, a consabidas sesiones parlamentarias en La Habana. Vestido entonces de cosmonauta, Arnaldo Tamayo Méndez, sacó del planeta, además de esos textos martianos, ázucar suficiente para organizar un experimento en torno al crecimiento de los cristales en un medio antigravitacional. Creo que nunca han llegado tan lejos las exportaciones cubanas, nunca se han extendido de modo igual las preocupaciones por el rendimiento de una cosecha. Y no habrá tenido la escritura de José Martí destinatario más extraño (y tal vez más justo), que al ponerse a orbitar en aquellos espacios pascalianos.

Hablo del equipaje de un cosmonauta que incluía un paquete de ázucar y unas páginas impresas, hablo de exportaciones cubanas, y apunto esta ocurrencia que Fernando Ortiz hizo pública en 1953, durante la celebración del centenario martiano: si el país exportaba con muy buena suerte azúcar, tabaco y música, ¿por qué no iba a exportar a José Martí? Él era la mejor de las músicas (impetuosidad y arrastre de su oratoria), azúcar de óptima calidad (sus afectuosas cartas), sus ideas acarreaban la misma ebriedad del buen tabaco (en algunas marquillas aparecía su efigie).

Pocos años antes de esa celebración, Emil Ludwig había escrito su asombro ante algunas de sus frases. Emparejaba aquellos fragmentos a los aforismos de Nietzsche, lamentaba que tal obra no estuviese traducida al alemán, y confirmaba la demanda internacional para el artículo de exportación propuesto por Ortiz. “Centenares de aforismos en tal estilo vigoroso y penetrante”, apuntó Ludwig, “que bien pudieran ser de Nietzsche, han sido recogidos en una magnífica colección de sus obras, y de ser traducidas, serían por sí solas suficientes para convertir a Martí en guía espiritual del presente momento del mundo”.

El biógrafo alemán aludía al año 1948. Guía espiritual del mundo o principal artículo de exportación, José Martí cobraría su mayor importancia a partir del triunfo revolucionario de 1959. Aunque desde mucho antes su nombre había entrado en el trapicheo político cubano. Fulgencio Batista (por citar el ejemplo de una dictadura anterior) tuvo a bien agenciarse buena parte de los réditos de la celebración del Centenario, e intentó legitimar su flamante golpe de Estado con las fiestas por Martí. De igual modo, en ese mismo año, Fidel Castro dispuso su lucha contra Batista bajo la advocación del mismo nombre. En 1953 la política cubana adoptaba la forma de guerra de reliquias [...]".

Antonio José Ponte, Historia de una bofetada,
imponente ensayo anticastrista que puede leerse completo aquí.

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