Le cedo la palabra a Pedro Miguel:
El gobierno israelí afirma que su más reciente ofensiva militar contra Gaza fue una respuesta a los ataques a poblaciones de Israel lanzados desde ese territorio con cohetes rudimentarios pero mortíferos. Muchos palestinos replican que un pueblo cercado, bombardeado, privado de alimentos, medicinas, electricidad, agua potable, reconocimiento y autoedeterminación, entre otras cosas, tiene derecho a defenderse como pueda y con lo que pueda. Tel Aviv responde que procedió al cerco, a la destrucción de viviendas y a los asesinatos selectivos, para evitar la acción de terroristas suicidas que se hacían estallar en concentraciones de civiles israelíes. Los palestinos contrargumentan: “Ustedes lanzaron a los atacantes a la desesperación al negarle a nuestra nación el derecho a convertirse en una patria”. Y dicen en Israel: “ustedes son una amenaza para nuestra seguridad, y además, Jerusalén es nuestra capital eterna e indivisible”. Desde el otro lado del muro se escucha: “lo que amenaza a su país es su propia ambición territorial, y ustedes han practicado la limpieza étnica en Al Qods”. “No –dice Ehud Olmert–, los países árabes nos atacaron primero.”
La polémica continúa, hasta enredarse en pasajes selectos de la Biblia y en posesiones territoriales indemostrables por parte de los filisteos o los hijos de las 12 tribus, y así puede seguir, mientras, en las planchas de lo que queda de los hospitales de Gaza, reposan los restos de centenares de menores.
Los discursos oficiales y las palabras de los grupos de resistencia que se adhieren, en función de las circunstancias, a la bancarrota moral de sus adversarios, suelen deslindarse muy rápido del sentido común. Nada de razonable pueden argumentar los operadores de los misiles Kassam para justificar los ataques a poblados israelíes, y además no importa, porque Tel Aviv y sus aliados de Washington y de Europa han decidido que lo que hay que hacer con los atacantes es matarlos, no escuchar sus argumentos. Por lo demás, con los cadáveres, con las ruinas y con los restos de explosivos de fósforo a la vista, es muy difícil creer que en Gaza se actuó sin odio contra la población en general y resulta nauseabundo escuchar la explicación de Tzipi Livni ante un bebé descuartizado por el bombardeo: “es que los terroristas lo estaban usando como escudo humano”.
La maldad (no hay otro término) implícita en esas palabras, más la que acecha en las voces del integrismo que interpretan como una “victoria” el arrasamiento de Gaza, debe ser contrarrestada antes de que el conflicto y sus delirios verbales nos convenzan a todos de que los explosivos de alto poder son una herramienta legítima de convivencia y de negociación. Para empezar, se debe individualizar a las víctimas y a los victimarios y sacar la confrontación de esa caracterización simplificadora de choque entre pueblos que es antesala de resignación ante algo pretendidamente inevitable: “árabes y judíos se odian”.
Frente a la muerte, la destrucción, el derrumbe de la ética y la irracionalidad extrema que ha atestiguado el mundo en tres semanas de horror, cedo el espacio a la valiosa iniciativa de humanidad, de lucidez y de valor civil de la que tomé el título de esta entrega, y que será presentada mañana viernes, en la Casa-Refugio Citlaltépetl (Citlaltépetl 25, entre Ámsterdam y Campeche. Col. Hipódromo Condesa). Dice así:
"A la memoria de los seres más próximos
entre los seis millones de asesinados por los nacional-socialistas, al lado de los
millones y millones de humanos de todas las confesiones y todas las naciones,
víctimas del mismo odio del otro hombre, del mismo antisemitismo".
Emmanuel Levinas
Centenares de niñas y de niños han perdido la vida durante la ofensiva en curso del ejército de Israel en Gaza. Ese solo dato, al margen de análisis, posturas y filiaciones, debiera bastar para que todas las personas de buena voluntad en el mundo sintieran vergüenza por esta guerra y por todas las guerras. El hecho es sobradamente intolerable como para hacernos ver la urgencia de una solución a ese conflicto que los gobernantes y dirigentes no han podido o no han querido construir y que, posiblemente, no construirán en décadas. Si las víctimas israelíes de los ataques con cohetes lanzados desde Gaza fueron el pretexto para desencadenar la ofensiva, las bajas palestinas de estos días serán el fermento para nuevos ataques contra Israel.
Pero, así como desde el dolor se ha alimentado el afán bélico, creemos que es posible transformar el sufrimiento de nuestros semejantes en una base para la fraternidad y la convivencia, a condición de que seamos capaces de aproximarnos a ese sufrimiento y que tratemos de percibir lo que sienten las víctimas.
Con este propósito hemos decidido asumirnos como deudos de algunas de las niñas y de los niños que han muerto en esta ofensiva; estamos dispuestos a testimoniar y sufrir su ausencia y a honrar su recuerdo: adoptaremos, cada uno de nosotros, a un menor fallecido en la ofensiva.
Será, de ahora en adelante, parte de nuestra familia. Procuraremos comunicarnos con sus familiares para compartir su devastación. Trataremos de conocer mejor a nuestros pequeños muertos, de averiguar detalles de su vida, de tener con nosotros una foto de ellos. Contaremos a nuestros amigos y a nuestros conocidos que en la ofensiva del ejército de Israel en Gaza nos mataron a un niño al que queremos mucho.
La iniciativa Adopta a un Niño Muerto busca interpelar a la conciencia de cada persona judía –sobre la que pesa hoy el plomo fundido de la incursión militar israelí en Gaza– como un llamado a la responsabilidad para con el otro; es una respuesta caracterizada por la gratuidad, la no-reciprocidad, la asimetría y la incondicionalidad. Porque a la palabra veraz ante esta forma de “odio del otro hombre” no le alcanza con la indignación moralista, sino que moralmente está obligada a confesar su indignidad. Obligado, antes que el resto de la humanidad, cada judío puede hoy volver acto la vergüenza compartida, ofreciendo a su otro –al asumirla– las palabras hebreas que nombran a los padres “huérfanos” de hijos: av shacul (padre en duelo por un hijo), em shculah (madre huérfana de hijo).
Lejos de ser una iniciativa excluyente, esta responsabilidad suplementaria de los judíos en la presente masacre debe entenderse como confesión de morosidad que a la vez es promesa de un lazo amoroso capaz de desplomar al “antisemitismo” definido por Levinas. Luego, esta iniciativa deberá abrirse a toda la humanidad. Hoy, como primer paso, se trata de asumir la deuda en primera persona.
Los niños muertos no dejan de crecer. Para bien o para mal, sus trayectorias rotas siguen germinando en los que se quedan: acaban por volverse un peso insoportable o bien un fundamento de vínculos y vida.
Pretendemos detener la conversión del dolor de ambos pueblos en combustible adicional para la guerra y transformar a los muertos de los dos bandos en semillas de paz. Por eso hoy emprendemos esta iniciativa.
Jessica Bekerman, Marcelo Bergman, Néstor Braunstein, Fanny Blank Cereijido, Rossana Cassigoli Salamon, Daniel Cazés Menache, José Frank, Margit Frenk, Boris Gerson, Enrique Guinsberg Blank, Mathew Gutmann, Patricia Jacobs, Miriam Jerade, Carolina Kerlow, Susana Lerner Sigal, Adalberto Levi Hambra, Bela Límenes, Bruno Límenes, Manuela Límenes, Marcos Límenes, Jorge Eduardo Mosches, Marcelo Pasternac, Silvana Rabinovich, Ilán Semo, Alberto Sladogna, Ivonne Rosa Szasz, Mónica Szurmuk, Fany Unikel, Inés Westphalen, Daniel Zappi, Danielle Zaslavsky.
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