martes, septiembre 15, 2009

Un poema de José A. Mazzotti

Himnos nacionales



Cuántos jóvenes sacrificados
y aún no calma su hambre el Minotauro
Persio


Somos libres,
seámoslo siempre.
Antes niegue sus luces el Sol
que faltemos al voto solemne
que la Patria al Eterno elevó.

Largo tiempo el peruano oprimido
la ominosa cadena arrastró,
condenado a una cruel servidumbre,
largo tiempo en silencio gimió;
mas apenas el grito sagrado,
"¡Libertad!", en sus costas se oyó
la indolencia de esclavo sacude,
la humillada cerviz levantó.
Himno Nacional del Perú


I



Cuántos jóvenes sacrificados, yo lo recuerdo.
Todavía están dejando su Y sobre la playa
hasta que salta la ola y la disuelve sobre la arena
mezclándola con viejos maderos y con cáscaras
de extrañas piedras pómez y langostas.


Es como el mar del Perú, lo traga todo.
Un verano es una casa con dos vacas, algunos cadáveres inflados
esperando la ramita que los pinche para salir volando
como globos de una fiesta ausente.
Otro año pueden ser pedazos de montaña
que han ido cayendo ante los látigos de luz
que asaltan por las noches taladrando los oídos
que nunca más podrán oír lo mismo.


Es como la gota
hincando hasta la espina dorsal (el inverso empalamiento de estos tiempos)
una sola línea transparente, saltando alegremente como los caballitos
del parque Pumacahua.


Quién no ha sentido esa gota penetrando como un cuarzo
y no ha montado los mismos caballitos, los mismos titulares, los pasos de la casa
al cementerio.


Hasta aquí, pase.
El problema empieza cuando nos quedamos solos
mismos Robinson
perdidos en el espacio.



II

Este espacio que habito se llama el Perú.
Limita por el Norte con las auroras boreales
por el Sur con un galeón encallado en el Estrecho
por el Este con océanos de lodo
por el Oeste con el Laberinto.
Va hasta donde va mi pensamiento, como una llave Rosa
que abre las arcas herrumbradas, pero que nos hunde
en una Torre de Babel volteada
a la manera del flan de las abuelas.
Y se le ha cortado la leche,
se le ha endurecido el azúcar.


Allá habitan mis semejantes.
Se encuentra lejos en el mundo, en un rincón
que sólo se ilumina cuando le sonríen, como la concha
que goza en su molusco y su molusco la gobierna:
pero nunca gobernaron los moluscos
sino los erizos, se salieron en una marejada
y hasta hoy se encaraman en los arrecifes
cuando sueltan las acequias su descarga.


Y se encuentra en el espacio y forma constelaciones
aún no terminadas de nombrar.




III


Y en el flujo de mi flote cuento sus nubes
de las formas más variadas, sólo que desde arriba
no son siluetas de dragones, sino rostros
de danilos y marías
tipeando los ditos con el mismo fervor
cada noche
entre los valles más profundos.


Al atardecer en números de doce
salían sin destino alguno, apretando una magnolia en cada mano
desesperadamente decididos a penetrarse en la ciudad.


Y esos parques en los que habitábamos
ya no los habitan más,
y esos pasillos en los que conversábamos
han sido renovados con ungüento:


serán hoy páramo de las libélulas,
serán los pulmones atorados del ser más querido
sobre una cama de hospital.



IV


Por eso morir es comenzar nuevamente
por el Hijo del Hombre, el que surgió
de las fronteras andrajoso, marcando como huellas de un pirata
los pasos de su cayado y deteniéndose
únicamente en los pueblos más brillantes.


Oh mira, caminante bastardo, no es suficiente ya el daño que has hecho
con tu existencia dudosa, tu condición de trickster y tus rayitos
señalando las estaciones y los límites
del día y la noche?
Dicen que saliste del lago, o que de la vagina de una cueva, a estas alturas
quién sabe.
Dicen que lloviste fuego y que empreñaste
con tu verga de pájaro a la reina del baile.
Pero si del viejo cadáver quizá aún salga una esperanza.
Quizá si el mismo pelo.
Quizá las mismas uñas.
Millones se han levantado con tu recuerdo y han dejado su filo dental
en maderones y en cuellos delicados, una por otra, se dijeron
la ominosa cadena los manifiestos más cursis
millones y millones se han levantado con una erección
sin lúcuma y sin sapo, sólo para contemplarte
saltando por los aires como una onda radial.


Y desde entonces
sus luces negó el Sol
y suponemos que has de volver
desde el mismo agujero que rompiste.



V


Por eso ya no lustramos el voto solemne, ya que no hay
Eterno. Desde el fondo del Laberinto se escucha el bramar
de las ametralladoras, suspirando como vigilante
del Círculo de los Violentos.


Danilos y marías eran de infinitas locetas
que abrazaban el transbordador, dirigiéndose febriles
hacia los labios de la Nebulosa.
Ella era delgada y hermosa, él
flexible como un gato. Subidos a la punta de la barca se explayaban
en recomendaciones para sus padres. Una vez arriba
se interrumpían las comunicaciones,
intercambiaban miradas,
soplaban su última sonrisa
ante el grito más intenso de una estrella.


Y nunca emitieron la menor señal de queja,
ni derramaron una lágrima
en la gendarmería.



VI


Todos los jóvenes de mi generación han tenido viajes astrales.
Todos alguna vez han muerto y han vuelto a nacer
hasta que se murieron.
Caparazón de violetas,
se murieron.
Bouquet de basuras,
allí andan.
Los que no se entregaron mansamente
colgaron las togas y ahora se dedican
a hacer el amor como si mañana
tuvieran su pasaje.


Y aunque los vuelos no son tan frecuentes
los remolinos siguen y los arrecifes
de pronto se transforman
en la Estatua de la Libertad.



VII


Entonces es que chillan los nevados, las quinientas flores de papa
que nunca comeremos. Por allí, por donde se mutilan
los cerros, en los valles que se deshilachan como un tejido apestoso
salta desde la cumbre un mar dorado, un tiempo
de caballos detenidos, que sólo en la memoria se sostiene
como la punta de una espada.


Y los cerros son más grandes porque se ven de cerca
y los desiertos más densos porque en ellos vivimos:
mira cómo se paran sobre los ríos
mira cómo se amarran bajo las nubes, sin dejarnos
más espacio que el subsuelo ni más techo
que los fines de las lluvias.


Montañas del Perú, desiertos verticales
de donde bajan los fantasmas.
Quiero volver al país de la infancia,
a la selva torrentosa, acariciarlo
levantando las tortugas de sus playas.
Y en medio de ese folleto turístico
abandonar mi cámara y jalar del tejido una punta
para amarrarme la cintura
ante la entrada.



VIII



Pero el país de la infancia es el país del sueño
y es más tarde de lo que pensaba. Reconozco
apenas unos rostros, los ladrillos
de los muros, quizá
el tonito inconfundible de sus lenguas.


Líbrame, caminante, de estos trances. Sólo tú
sabes llegar de cabo a rabo,
escuchar el rugido de las olas, apartarlas
sin que se lleven mis huellas ahumadas, mis cobijas
de piel en que dibujo un mapa.


Reconozco que este viaje es implacable.
(Líbrame, caminante, de estos trances).
No sé si llegaré a levantar la cerviz.
Es muy oscuro aquí adentro y hay que tocar el suelo
si uno no quiere perderse.


"Pero ya llegas", dice Ariadna.
Y la única espada que recuerdo
es la punta de un cerro desbancado.



IX


Por eso cuántos jóvenes hubieran querido ver como yo
los antiguos caminos nuevamente empedrados, una patria limpia
sacudiendo su indolencia de esclavo, entre las piernas.
Estos son los muchachos y muchachas con los que me cruzo
por las paredes de la tierra, y siempre nos preguntamos por el mismo parque,
sus venas hinchadas, sus miembros cóncavos y convexos
y su inmensa altura diminuta en el infinito.


Imaginar la casa llega a ser como despertarse
sonámbulamente y recorrerla, de Este a Oeste,
con los hombros lastimados, las orejas rotas, y los labios
pronunciando las palabras más hermosas
en una lengua oculta.


Sácame, por eso, la lengüita, Ariadna mía, búrlate
de mí y hazme besar el suelo.
Me comunico contigo por canales irregulares, me sonríes
y somos un punto diminuto en el infinito
allí donde el infinito es el cansancio
cada día
atravesando los cretinos muros
de la patria mía.



X


Sacudamos nuestra indolencia de esclavos, dejemos que se prolongue
hasta entrar mansamente el uno en el otro, tú con tu insolencia de hada
yo con mi vara dorada depositando su lágrima de sol
en el monte de los sacrificios.


Para que los valles y las estaciones se refresquen
deja que chanque las piedras y me embriague
como un danzante enfermo.


(Y cada madrugada me estremezco
pensando en torear al Minotauro
antes de que termine de tragarme).


Gimamos en silencio, amada mía, sacudamos
la ominosa cadena y los zapatos.
Allí donde se regeneran las especies, bajo los caparazones
que esquivan los erizos
sólo seremos libres tomados de la mano, sólo caminaremos
sin miedo a ser seguidos, sin pequeños
agujeros que nos muerdan.


(A las tres de la mañana un viento oscuro
nos transporta al aeropuerto.
Querrán que quedemos suspendidos, que volemos
para siempre, que olvidemos.
Y a pesar de la espina que nos cruza
hay un cordón extenso que nos ata a la salida, hay un tejido
tan viejo como su huaca que nos recompone
igual que la aspirina al día siguiente).


Para que no volemos solos, alazana,
para que nunca nos perdamos,
mismos Robinson,
ordenemos el paisaje de Este a Oeste,
dejemos nuestra Y sobre la playa
nuevamente, hasta que ya no salte la ola, hasta que ya no niegue
sus luces el Sol, y entonces
saldremos a habitar todos los parques, parlaremos
en lenguas infinitas, de la mano.


Para que nunca nos falte la semilla,
para que el grito sagrado se disperse,
cojamos a la Bestia de los cachos,
regimamos en silencio
con los hombres y mujeres de estos valles
y por todos los ojos escarbando!

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola, te conocí por Humberto Ak abal, buscándolo te encontré, imagino que seguís con lo de la tesis. Te deseo tanta felicidad como te sea posible y que " el cielo florezca sobre tu cabeza " H.A.

Rafael Mondragón dijo...

Hola, Isabel. ¿Cómo estás? Ahora sigo en la tesis, pero la de doctorado. ¿Y tú? Te mando un abrazo.

Anónimo dijo...

que feos poemas, mira chico, en este mundo no se puede tener todo, y tú no tienes talento para escribir... sigue mejor como ammmmm ¿y ahora de qué vas?