martes, febrero 19, 2008

Fotocopias

Creo que ayer di una buena clase. Hablamos sobre La antigua retórica de Alfonso Reyes, y en el margen del texto anotamos algunos comentarios sobre la philía de la filología. La semana pasada intenté el secreto heroísmo de obtener las 50 copias a las que tengo derecho como profesor en la facultad; copias legendarias, misteriosas, a las que muchos amigos que son, también, profesores, han decidido renunciar por culpa de la burocracia. Y así fue: pasé mi primera semana cortejando la sala de copias que está siempre cerrada; la segunda semana, un distraído de la oficina de al lado tuvo a bien decirme que la sala de copias estaba cerrada porque la persona que sacaba las copias se había jubilado. ¿Y no me pueden abrir para que yo mismo saque mis copias? "Noo, joven... Si ese es un trabajo de plaza, y en eso está metido el sindicato". Pero no me di por vencido. Pedí que la coordinación me hiciera una carta, y bajé con ella a servicios generales. Leyeron mi carta, se la pasaron a otra persona, me hicieron un vale y le pusieron un sello. Le llevé el vale a otra persona, lo leyó, llamó a otra persona y le dio el vale con mis hojas a fotocopias. "Va a ir a la fotocopiadora de la biblioteca para sacarle sus copias. Vuelva en una o dos o tres horas". Regreso en dos horas, y hay un trabajador borracho que ha decidido que hoy es el mejor día para decirle a su jefe todo lo que piensa de él. El jefe trata de mantenerse imperturbable mientras llama a seguridad. Nadie me puede dar mis copias. El trabajador da de gritos. Los demás le dicen que no se meta en problemas, que se vaya a su casa a descansar. Él responde: "Noooo... Si dice el estatuto que sólo me pueden correr a la tercera falta de atención: primera falta, llamada de atención; segunda falta, llamada de atención; y a la tercera falta me corren; ¡y a él no le he dicho nada, así que va a ser la primera! ¡Y me lo voy a chingar, van a ver!". Llega el personal de seguridad, y no me pueden dar las copias. Como todos pertenecen al sindicato, se saludan chocando las palmas ("qué onda, guey"), y acto seguido se dicen lo mismo: "para qué te metes en problemas, guey, mejor vete a tu casa", "nooo, que me lo voy a chingar". Yo sigo sentado en mi silloncito, en espera de mis copias. Pero en ese momento decido irme. Han ganado una batalla, pero no la guerra...

Regreso al día siguiente, y la señora trabajadora me dice: "¿Por qué no viniste por tus copias de ayer?" Trato de recordarme que se trata de una pregunta retórica, así que le sonrío y le pregunto si ya están listas. Busca en el estante de al lado, y me entrega ocho flameantes ejemplares del curso que doy en el primer semestre. ¡Cha chaán! Salgo del lugar mientras camino lentamente. Conservo mi cara de palo, pero por dentro estoy sonriendo.

4 comentarios:

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Ah, profesor Mondragón, una crónica maravillosa de nuestra fantástica (en el sentido todoroviano) facultad. Y tuviste la paciencia para ganarles una batalla, bravo, maestro! Un abrazo. :)

Cecilia dijo...

Ése es mi amigo Rafa

Besos

merlina dijo...

La peor lucha, es la que se hace con la burocracia, jajaja por q además de tiempo y buen humor, lo que hacen perder es la bendita paciencia que tanto cuesta cultivar, jijijiji. No, no, la lucha siempre vale la pena (cuando hay 50 copias de por medio más...)un abrazo y ánimo, siempre existen hojas en blanco que reclamar!

Rafael Mondragón dijo...

¡Gracias por las porras! :-)