jueves, julio 17, 2008
Brenda Ríos escribe (sobre) la ciudad de México
"Una ciudad, cualquiera, se ve sólo desde su exterior. Verla por dentro no es imposible pero es incierto. La Habana, Chicago, San Francisco, Buenos Aires, Los Ángeles, son visibles desde la ventanilla del avión. Una vez en ellas, abajo, perdemos el tamaño, el contexto, el color de su dimensión.
Es en el exterior, en su orilla incluso, donde uno puede observar el contorno, lo sinuoso y fatal de su condición ambulante y lo frágil de su inmovilidad.
Decir amar la ciudad, conocer la ciudad es una mentira piadosa. Cómo amar lo que no se ve, lo que no se comprende; quizá en ese fragmento amoroso radica, pues, el habitar una ciudad que parte hacia sí misma. En muchos trozos disímiles.
Porque, siendo francos, uno se desplaza por circuitos minúsculos: el lugar de trabajo, la escuela, la casa, los lugares de esparcimiento. Pocos son aquéllos que exploran la ciudad, su laberinto colorido de líneas del Metro sólo por curiosidad o vagancia productiva, las zonas conurbadas con sus encantadores suburbios; pero si las personas no tienen asuntos que tratar fuera de sus lugares cotidianos, se mueven por circuitos cerrados. Millones de habitantes en la Ciudad de México, una de las más grandes y contaminadas del planeta, vivenrespiran, se desplazan, se enamoran, compran helados, toman café, tienen arranques de furia controlables, sufren de ataques de pánico, hablan caminando con los amigos imaginarios del celular, escuchan música, bailan mientras esperan el Metro o la pesera, como hamsters corriendo sobre la misma rueda generosa que proporciona el alimento; podríamos ver de lejos la salida del laberinto acostumbrado, pero la inercia de la costumbre es poderosa [...]". [Texto completo aquí].
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