No es una ilusión retórica comparar la obra de Henríquez Ureña a una función respiratoria (Xavier Villaurrutia).
"Recuerdo que, en 1909, Pedro vivía en la calle de San Agustín, cerca de la Biblioteca Nacional. Mi casa estaba ubicada en Santa María, en la calle del Naranjo. Solía suceder lo siguiente: al finalizar una reunión, Pedro me acompañaba a casa. En el trayecto continuábamos charlando. Al llegar a los balcones de mi casa no habíamos concluido de expresar nuestras ideas. El camino lo recorríamos a la inversa. Ya en la casa de Pedro, éste me decía: “Ahora sí te encamino y regresa solo”. Estas conversaciones peripatéticas se prolongaban de las ocho de la noche a las cuatro de la mañana. Mi familia se preguntaba qué era lo que hacíamos Pedro y yo. Nos oían hablar durante cinco o diez minutos bajo los balcones de la casa. Después, enmudecíamos por espacio de dos horas. Por fin volvían a escuchar nuestras voces. En mi casa ignoraban que los silencios estaban destinados a caminar" (Martín Luis Guzmán).
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Después de como cinco años, por fin apareció publicado este artículo mío (¡yo pensé que no saldría nunca!). Estoy contento.
1 comentario:
Recuerdo cuando leí este hermoso ensayo hace ya unos cuantos años. Bravísimo Rafael, me alegra muchísimo que lo hayas logrado publicar.
Pronto comenzaré a transcribir en el blog fragmentos relacionados con la filosofía cínica. No tengo dudas que te serán de utilidad, especialmente recordando la relación que alguna vez hiciste sobre Simón Rodriguez y estos filósofos llamados perros.
Cuidate
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