Es preciso que me explicara muy mal en mis cartas precedentes para que hayas creído ver en mí la resolución de convertirme en pastor; he hablado, en verdad, de continuar estudiando, en chapurrear ciencias, pero no es, querida madre, para consagrarme al santo sacerdocio [...]. No puedo concebir cómo los profesores reunidos, cómo los mismos fieles, puedan conferirme el derecho de predicar el Evangelio, y no aceptaría ninguna especie de consagración, sea cual fuere, porque no veo en todo eso más que un papismo disfrazado e incoherente.Para mí, que acepto la teoría de la libertad en todo y por todo, ¿cómo podría admitir jamás la dominación del hombre en un corazón que pertenece únicamente a Dios? [...]. Creo que ha llegado el día en que deben ser abatidos de sus sitiales todos aquellos que se han erigido por sobre los demás como amos y profetas; el mejor medio de evangelizar ya no consiste en revestirse de diplomas y subirse a taburetes privilegiados, sino en abrir muy amplio y bondadosamente su corazón frente a los amigos, griego entre los griegos, aldeano entre los aldeanos, pagano entre los paganos, a la manera de San Pablo que del altar del Dios desconocido condujo a los atenienses al Dios que conocemos.Tiempos vendrán en que cada hombre será su propio rey y su propio pastor, en que cada cual ofrecerá incienso a Dios en el propio templo de su corazón y de su alma [...]. No habrá quien gobierne o conduzca a sus semejantes, pero cada cual coaccionará sobre su prójimo y predicará la verdad que sienta o que crea. ¿Pero cómo lograr ese porvenir si no lo realizamos en nosotros mismos, si no contentos con rehuir todo rey o pastor, no protestamos contra toda idea interior que tienda a convertirnos a nosotros mismos en aquello de que blasfemamos?
Eliseo Reclus, Correspondencia [De 1850 a 1905],
selección de Luce Fabbri, traducción del francés por Horacio E. Roqué,
Buenos Aires, Ediciones Imán, 1942.
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