sábado, mayo 07, 2016

Kropotkin: su memoria de la infancia

Kropotkin por Nadar, retocado por mí.
En el último tiempo me interesan las maneras en que la gente que lucha recuerda su infancia, busca en ella maneras de explicar sus decisiones posteriores: los juegos infantiles de los hermanos Reclus, que corrían hasta arriba de la montaña por las noches, y se ponían apodos, nombres de constelaciones, mientras miraban las estrellas acostados en el suelo... Y también la infancia de Kropotkin: ¡cuántas páginas dedicadas a lo que significó para él ser niño! En las Memorias de un revolucionario, las anécdotas de la lucha social ocupan relativamente poco espacio: casi todo es preparación, camino, descubrimiento de una capacidad para la lucha. Y buena parte de ese descubrimiento está en la memoria de la infancia.

Apenas llevo las primeras ochenta páginas de ese libro que tiene más de seiscientas. En ellas, el descubrimiento de esa potencia está ligada a lo que Kropotkin asume como su primer recuerdo: la muerte de su madre. Ella ha preparado la muerte para que sea una especie de celebración, con una mesa llena de cosas ricas para comer. Los niños comen al lado de la cama de ella. Kropotkin no tiene otros recuerdos de su convivencia con la madre, pero sí tiene una conciencia muy clara de su falta. Ella se prolonga en toda su infancia porque su madre era una mujer cuidadosa y compasiva, muy amada por sus siervos. Él recuerda cómo los campesinos lo detienen en el camino preguntándole si él será tan bueno como lo fue ella. Cómo todos los pobres que viven en la casa lo cuidan "en memoria de ella", y cómo de allí nace un espacio afectivo de cuidado que permiten que él y su hermano sobrevivan a la casa de su padre, que no es -como el padre de Bakunin- un hombre autoritario y violento, pero sí un hombre vulgar, que parece inspirarle asco al niño. El mejor contrapunto a la vulgaridad de su padre está en el descubrimiento por parte del niño de los papeles que su madre guardaba en secreto en la alacena: poemas prohibidos por el zar que han sido transcritos con amor por ella, acuarelas, fragmentos de un diario, obras de teatro... Hay algo en esos recuerdos del viejo revolucionario en que se liga el amor con el duelo, el arte y el deseo de desobedecer.

La enseñanza de la desobediencia, figurada ejemplarmente en la escritura silenciosa en que su madre construyó un mundo interior, reaparece poco después cuando Kropotkin describe los espacios de celebración que él comienza a compartir con sus criados. Ellos organizan los domingos reuniones en donde se baila libremente y se canta y los niños participan del secreto de esas reuniones, desconocidas para el amo de la casa. Un día a Kropotkin se le cae una lámpara muy cara y valiosa. Los criados celebran un "cónclave" solemne para decidir qué se debe hacer: se decide que a la mañana siguiente, muy temprano, el más valioso de los criados viajará a la ciudad para comprar una lámpara exactamente igual, con peligro de ser descubierto por el amo, y que todos los criados darán dinero para comprar la lámpara: 15 rublos, que es una fortuna para todos. Añade Kropotkin que "nunca más se volvió a hablar del asunto". Y repite una y otra vez que no sabe qué habría sido de él y de su hermano si toda esa gente no hubiera estado allí a lo largo de ese tiempo para ofrecerles su amor. Estos son los primeros espacios de conspiración de una persona que a lo largo de su vida no dejaría de participar de sociedades secretas y conspiraciones.

Hay una imagen especialmente hermosa, cuando los campesinos que han viajado desde lejos se presentan ante él en secreto. "¿Estáis solo? [...] Entonces venid pronto al salón. Los campesinos quieren veros; traen alguna razón de vuestra nodriza".
Cuando bajaba allí, uno de ellos me había de dar un bultito, conteniendo comúnmente algunas tortas de centeno, media docena de huevos duros y algunas manzanas, envuelto todo en un pañuelo de algodón de vivos colores. "Tomad eso; vuestra nodriza Vasilina es quien os lo manda. Mirad si se han helado las manzanas; espero que no; las he traído todo el camino en el pecho. Hemos tenido espantosas heladas". Y en el ancho y fresco rostro, rodeado de una barba espesa, se dibujaba una sonrisa, mostrando dos hileras de hermosos dientes blancos a través de un verdadero bosque de pelo
-Y esto es para vuestro hermano de parte de su nodriza Unna -solía decir otro del grupo, dándome otro envoltorio semejante-. Ella dice -agregaba-: nunca tendrá bastante en la escuela. 
Yo, avergonzado, y no sabiendo qué decir, acababa por murmurar: "Decid a Vaselina que le envío un beso, y a Unna otro por mi hermano", lo que todos escuchaban con alegría. 
-Lo haré así, perded cuidado. 
Entonces Hirila, que había estado al acecho vigilando la puerta del despacho, venía a decir a media voz:
-Marchaos corriendo arriba; vuestro padre puede venir de un momento a otro. No olvidéis los pañuelos: quieren llevarlos de vuelta. 
Mientras que los doblaba con cuidado, pensaba en mandarles alguna cosa; pero no tenía nada, ni aun juguetes y jamás disponíamos de dinero de ninguna clase.

A través de esos pequeños gestos, el niño construye simbólicamente su relación con Vaselina, la nodriza que lo cuidó como a un hijo después de la muerte de su madre y que fue expulsada de la casa familiar una vez que su padre se casó con una nueva mujer. El niño también construye una relación con el mundo de su madre, que es el mundo del arte y el cariño, a través de esos seres extraños y hermosos, de hermosos dientes blancos que brillan a través de un bosque de pelo. Ellos ofrecen regalos que crean en el niño el deseo de responder. Una y otra vez Kropotkin dice que no se siente con la capacidad de responder como le gustaría: así, el deseo de responder queda sin satisfacerse y se vuelve una fuerza orientadora a lo largo de su vida.

Los siervos de Kropotkin están cumpliendo un mandato que les dejó su madre: cuidar al niño, hacerlo bailar, mandarle manzanas y tortas de centeno, protegerlo de las lámparas rotas... A su vez, Kropotkin recibe un mandato de su madre a través de ese cuidado: en los años siguientes se dedicará a acompañar las luchas de esa gente que se ha convertido en su familia, cuyo rostro reconocerá en los países más disímiles y las lenguas más diversas.

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