jueves, marzo 08, 2007

Un momento breve de pureza

Vengo, recién, de servir de contención para un loquito que estaba en el Metrobús. Yo me refugié en la ultimísima fila, en la orilla, para hacerme una madriguera donde leer el libro de Silvana y repasar mi tojolabal. El señor tenía un bigote despeinado y camisa morada. Sus ojos eran muy hermosos, y la luz se mostraba como entre el ramaje de su piel enrojecida, destrozada. Le pidió a una señora, al lado suyo, si le podía preguntar la hora. Ella le dijo que no tenía reloj, y entonces él comenzó a insultarla: decía que así son todas las viejas; uno les pregunta algo y de volada te hacen el feo, te ven por encima. Yo saqué mi celular para darle la hora, un poco molesto por no poder seguir en mi lectura. Él me dio las gracias y siguió insultando a las viejas en voz alta; por detrás de su hombro, veía la mirada de ella, temblorosa, con la cabeza agachada. Creo que por dentro me sentí impaciente, como si ella me contara su miedo y yo le dijera que no era la gran cosa, con esa soberbia que de repente tengo para juzgar lo que siento como debilidad. Le dije a él que probablemente ella no tuviera reloj, y él dijo que no, que todas son así, y entonces me levanté para sentarme entre ella y él. Sentí el olor penetrante del alcohol que él transpiraba. Volteé a verla a ella, y cuando me dijo "gracias" comprendí que de verdad estaba asustada, que no había por qué juzgarla. Entonces me dediqué a escucharlo a él, todo mi viaje, con esa escucha difusa que no mira demasiado, que responde tranquilamente, con monosílabos cuyo contenido es "sí" o "no", pero en realidad quieren decir "te estoy escuchando", "no hay nada de qué preocuparse". Él habló mucho. Regresaba una y otra vez a su mujer, que lo iba a cagar por haber llegado borracho; de que tenía ganas de irse, de morir una muerte lenta y tranquila... "Pero eso no se puede, ¿verdad?" repetía una y otra vez, como recordando algo que alguien le habrá dicho millones de veces. Y yo: "pues no"...

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento
(Garcilaso, Canción V).

Recuerdo el tópico de la música que calma a los hombres y animales, la música que cura. Yo mismo soy un torpe, que jamás pudo tocar bien instrumentos musicales. La única, pequeña música que pude hacer fue la música de mi propia escucha.

7 comentarios:

Martha Patricia Reveles dijo...

¡Qué tremendo que haya sucedido justo la fecha en que han decidio conmemorar el día intenacional de las que son como yo! Seremos muy profesionistas, leídas y escribidas,incluso más altas, y de todos modos en ciertos espacios requerimos que un amigo, el novio, el hermano, un compañero de trabajo, el esposo o cualquier otro hombre sirva como muro de contención de otro hombre.
Bien por tí. Una muestra más de tu casi infinita paciencia.

Rafael Mondragón dijo...

Sí, es terrible esto que cuentas. Lo más tremendo es la enorme cantidad de violencia encubierta en la ciudad, y cómo esa violencia está además atravesada por el género (me hace plantearme preguntas sobre mi propia masculinidad). Y también que, por la compasión, el agresor, la agredida y un testigo cualquiera estamos más unidos de lo que pareciera a primera vista... Nos vemos el viernes.

Roberto Cruz Arzabal dijo...

Creo que son muchas cosas terribles a la vez, la violencia que impregna nuestro aire, los prejuicios, la autocompasión vuelta odio hacia el que es distinto... todo eso en un solo viaje de Metrobús... difícil.

Querido Rafa, me gustó mucho el texto, no dejas ese tono personalmente confesional que, sin embargo, suele incluirnos a todos en lo que dices... me queda en la cabeza una frase devastadora, porque creo padezco del mismo mal: "Creo que por dentro me sentí impaciente, como si ella me contara su miedo y yo le dijera que no era la gran cosa, con esa soberbia que de repente tengo para juzgar lo que siento como debilidad."

Te mando un abrazo, tu paciencia será siempre una música que calme los más profundos enconos...

Anónimo dijo...

Creo que lo que hiciste fue valiente, quizás para ti no represente “la gran cosa” y sin embargo para ella fue muy importante: la ayudaste. Supongo que todos somos un poco soberbios al juzgar la debilidad de los demás, los miedos de los demás, cuando quizás nuestros propios miedos y debilidades impacienten a otros y no les resulte “la gran cosa”, a veces olvidamos que eso…

Nancy

Rafael Mondragón dijo...

Nancy:
Gracias por comentar. La verdad es que sí tenía algo de miedo con este señor. Y a lo mejor tienes razón en esto de que todos nos sentimos, de una u otra manera, soberbios cuando juzgamos la debilidad de los demás. Es curioso cómo una cierta forma de ayudar a veces puede estar también aliada a ciertas formas de soberbia: me permito juzgarla justo porque estoy en posición de ayudarla... Pero, como dices, es probablemente algo que nos pasa a todos, y está bien darse cuenta. Y por eso le puse a la entrada "Un breve momento de pureza": a veces no nos damos cuenta de que estamos compartiendo con los otros esos miedos e inseguridades en espacios públicos como el metrobús; todo lo que nos remite a nuestra fragilidad, a nuestra humanidad. Pero esos momentos nos están pasando a cada rato. Entonces recuperamos al prójimo (al próximo), y esos espacios públicos tan deshumanizados adquieren, de pronto, nuevos sentidos.

Rafael Mondragón dijo...

Roberto: Qué gusto leerte, y qué bueno que te gustó el texto. Olvidé comentar ahí que eran dos los temas a los que el loquito regresaba obsesivamente: que su vieja lo iba a cagar (y que se quería morir), y que sentía que la gente lo perseguía: "Por ejemplo, esa chava... Siento que me quiere secuestrar. Y eso es de que ya está mal..." (y movía su dedo en círculos al lado de la cabeza), "¿verdad?". Y yo: "no, pues sí". Se quedaba callado, y decía: "está canijo"... Y yo: "sí, está cabrón". Entonces me volteaba a ver, contento, y repetía "sí, está canijo". Contó esa historia como cuatro veces. Yo también te mando muchos abrazos.

Anónimo dijo...

eres un soberbio y un entrometido. dedicate a tu tojolabal y deja de regalar bondad al mundo. este debe ser el texto mas desagradable que jamas eh leido, que verguenza. se supone que cultivas las letras. es una pena que no te dediques a lo que sabes hacer. deja de ocultarte tras esa mascara de afligcion y conmiceracion por los seres que te rodea. es falsa, un simple subterfugio para sentirte mejor que los demas. eres patetico y un pesimo prosista.