lunes, junio 11, 2007

Y escucho con mis ojos a los muertos (II): Biblioteca Ayacucho

Continuación de una serie de textos que iniciaron aquí.

La Biblioteca Ayacucho es como un laberinto hecho de voces: las paredes susurran y platican entre sí. Es el sueño de vejez de Ángel Rama, el gran pensador nuestroamericano (que nació, por casualidad, en Uruguay): una antología gigantesca de "textos fundacionales" que pudieran dialogar entre sí; rara idea, ésa de que un pueblo pudiera tener, no "un" fundador, sino muchos; y que esos muchos fundadores pudieran dialogar entre sí. Hoy estamos acostumbrados a pensar que el desarraigo es necesariamente lo opuesto a los nacionalismos: que "pertenecer" y "provenir" necesariamente nos lleva a "discriminar" y "reprimir". Pero Ángel Rama soñaba la intuición de un presente atravesado por muchos pasados, historias y luchas. En su sueño, logró algo que parecía imposible: convocar a los más grandes especialistas de entonces, para que cada uno de los libros de la Biblioteca estuviera preparado de manera cuidadosa: no sólo se hicieron las mejores (¡y más baratas!) ediciones de nuestros clásicos (el Inca Garcilaso, Rubén Darío, Sarmiento, Rodó, Montalvo...). También se rescató la fundamental pluralidad de nuestra imaginación política: allí aparecieron los primeros estudios integrales sobre el socialismo utópico latinoamericano, sobre nuestra poesía política decimonónica, sobre nuestro pensamiento anarquista (y también sobre nuestro pensamiento conservador); allí se publicaron las que, a la fecha, son las mejores antologías de las literaturas quechuas, aymaras, mayas y nahuas; allí se recuperó a José Rizal, la figura mayor de la literatura filipina, y se le dio el tratamiento que merecía en una edición decente... Detrás estaba la comunidad intelectual latinoamericana, plural y creativa, convocada por tres pequeños cubículos donde Rama y sus amigos escribían cartas apasionadas y generosas: ejercicios donde la generosidad se revelaba "virtud intelectual", y permitía que, de repente, la literatura folletinesca mostrara sus afinidades ocultas con la teología de Juan Germán Roscio, el canto de Nicolás Guillén y los textos argentinos sobre aquella fundamental Reforma Universitaria; un laberinto susurrante que crecía, él solo, de manera gozosa y compasiva. El laberinto de nuestra memoria.

La Biblioteca Ayacucho se llama así en recuerdo de la última gran batalla que decidió la Independencia del Continente. Ahora está digitalizando todos sus títulos, para que puedan ser leídos, bajados y distribuidos libre y gratuitamente por Internet. Vean aquí, y busquen el enlace que dice "Ayacucho digital". Hay que celebrar.


PD: Y hay que sentirnos orgullosos en la UNAM, porque a Bolívar Echeverría le dieron, la semana pasada, el Premio Libertador al Pensamiento Crítico (qué bonito se ve así, todo con mayúscula) (¡muy merecido, a Bolívar Echeverría!) (¿por qué no hacemos fiesta de esto en la UNAM?).

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